Una vez más salí a fumar en el rincón alto del apartamento. Aquel balcón era mi pequeño sitio de escape, donde todo mi estrés se esfumaba por completo, a la par de mi cigarrillo. Era la mejor terapia para mí. Aunque no gozaba de gran privacidad puesto que podía ver los apartamentos de al frente. Todos eran exactamente iguales, los mismos colores, los mismos ventanales, los mismos balcones. Lo único diferente eran sus habitantes. Cuantas cosas podrían estar sucediendo dentro de esos apartamentos: Parejas de amantes en lo suyo, familias cenando, niños estudiando con su madre, jóvenes navegando en internet con el temor de ser pillados, personas tomando una ducha, esposas solitarias… Y podría continuar con toda una lista diversas de situaciones, pero lo que más llamaba mi atención dentro de todo este matiz viviente, era un acontecimiento que se repetía constantemente, lucía casi como una fotografía: Una pequeña niña asomada en el balcón, de cabello rubio largo y cerquillo; que miraba con un detenimiento increíble hacia el horizonte. Al verla me preguntaba si era hija única, porque nunca la veía con otros niños alrededor. Incluso pensé que era un poco peligroso para ella estar asomada en el balcón, sin la supervisión de un adulto -aunque las rejas del balcón eran estrechas y mucho más altas que ella-
Sumido en mis pensamientos, olvidé completamente a la pequeña y continué disfrutando de mi cigarrillo. Ya cayendo la tarde me retiré de mi agradable tertulia vespertina. Siempre que me disponía a salir al balcón, la pequeña de al frente ya se encontraba asomada; viendo fijamente el horizonte. Aquella tarde el viento levantaba suavemente su cabello y parte de su vestido blanco de arandelas. Cuando comencé a pensar en los atuendos de la niña, recordé que eran como los apartamentos que la enmarcaban a ella: Iguales. Cuestión que no llamó para nada mi atención, puesto que muchos niños tienen cosas favoritas y no las cambian por nada. Cosas como juguetes, cuentos, programas de televisión, comida y hasta ropa. En mi cabeza pensé que éste era el caso. Simplemente para ella ese vestido blanco era su preferido.
Aquella madrugada, el caminar del reloj de pared en la habitación se hizo más perceptible que ningún otra mañana; su sonido me fastidió hasta obligarme a salir de ahí. Me dirigí a la cocina por un vaso de agua y por alguna razón sentí ganas de salir un rato al balcón, esta vez sin la compañía entrañable de mi fiel cigarrillo -que descaro de mi parte fumar tan temprano, pensé -de hecho estaba tratando de dejarlo- Grande fue mi sorpresa al ver a la niña en el balcón. Será que no podía dormir como yo? Me pregunté. O tal vez decidió levantarse más temprano para ir a la escuela. Y aunque no me lo crean, ella tenía el mismo vestido blanco de arandelas de siempre. Pobre la madre que tenía el compromiso de lavárselo prácticamente todos los días, para que su engreída hija lo pudiera usar. Por eso es que todos los niños son tan malcriados en estos tiempos, hacen lo que se les da la gana y los padres lo único que hacen es complacerlos en todo. En mi época les hubieran dado duro. “A punta de palo se corrige todo” decía mi padre. Pero ahora con esta llamada sicología moderna estamos fregados! Arturo se llenó de coraje pensando en voz alta.
Esa mañana se vio arruinada por culpa de la mocosa malcriada de al frente, que sin duda manipulaba a los padres a su antojo. Arturo se dispuso a alistarse para comenzar con sus labores del día.
Reparando la ventana del apartamento, Arturo se encontraba parado incómodamente en el último escalón de la escalera cuando viendo hacia afuera divisó a lo lejos a la niña en el balcón. Le llamó la atención porque fue durante horas de escuela. Seguro no se sintió bien y sus padres no la mandaron a clases o simplemente no se le dió la gana de ir. Pensó Arturo.
Ese día el hombre se quedó hasta casi las tres de la mañana pintando parte de la sala y tenía una tentación increíble por asomarse a la ventana para ver a “la niña en el balcón” Pero el sabía que ella no iba a estar ahí asomada, era imposible a esa hora tan inusual. Pero grande fue su sorpresa al descubrir lo contrario, la muchachita se encontraba parada en el balcón como si nada, mirando fijamente el horizonte. Para Arturo esta situación ya empezaba a tornarse extraña y hasta asustante. Es imposible, pero seguramente como está acostumbrada a hacer lo que se le da la gana, salió al balcón y ya! Se hablaba Arturo así mismo tratando de interpretar lógicamente la situación. Dormido por el cansancio y por el debate creado en su cabeza, pudo recuperar horas de sueño. Apenas se despertó, corrió a ver a esta chiquilla de nuevo y efectivamente ahí se encontraba, en la misma posición, con el mismo vestido y con la misma expresión.
En esta ocasión la lógica de Arturo le dictó otra hipótesis: Será que esta niña es una de tantos niños que son abusados por sus padres? Será que ellos ni siquiera la dejan entrar al apartamento y es su manera de castigarla durante horas? A la pobre la tienen tan descuidada, que por eso no le han cambiado la ropa en semanas. Capaz que estos infelices padres ni siquiera le dan de comer. Por eso es que la niña tiene esa mirada como ida; a ella ni siquiera le importa vivir. Cómo alguien con tan pocos años de vida puede tener esa actitud tan apesadumbrada?
Una incertidumbre tremenda empezó a apoderarse de Arturo. El tenía que hacer algo por esta pequeña, porque lo que estaban haciendo con ella era una horrible injusticia y el definitivamente no lo iba a permitir. Arturo se alistó para salir del apartamento y hablar personalmente con los padres de esta inocente víctima, pero desgraciadamente la puerta se trancó. Arturo no la podía abrir. Las llaves que cargaba no le funcionaban. Desesperado trató de abrir la bendita puerta a los golpes, pero sus intentos fueron en vano.
Al querer llamar a la policía para denunciar los hechos suscitados con la niña, en su exasperación no encontraba el teléfono. Era como si nada estuviera en su lugar. Como si el se encontrara en un lugar completamente ajeno. Cuando miró a su alrededor notó que la decoración ni siquiera era de su autoría. Corrió al balcón para tratar de hacerle señas a la niña, para decirle que el iba en su ayuda, que todo iba a estar bien, que no se preocupara, pero no fue posible porque tampoco podía abrir la puerta del balcón. Así como ninguna de las ventanas del apartamento. Las miles de señas que el le hacía a la niña a través de la ventana, no eran suficientes para llamar su atención. Arturo no tenía como salir de ahí, el confortable apartamento ahora se había convertido en una aterradora prisión.
El cayó de rodillas y comenzó a gritar y a gritar lamentándose por su impotencia. Clamaba por ayuda reiteradamente pero ésta nunca llegó.
Arturo era el hombre de mantenimiento en este conjunto de apartamentos ubicado en el suroeste de la ciudad. Era el mejor en su oficio. Por el abuso del cigarrillo y su forma desordenada de vivir la muerte lo sorprendió mientras se encontraba plácidamente fumando su último cigarrillo. Lo encontraron sentado en el balcón de uno de los apartamentos al que estaba haciéndole algunas reparaciones. A raíz de su muerte, los dueños de dicho apartamento decidieron desocuparlo y desde entonces se encuentra clausurado. Nadie ha entrado allí por años. Los vecinos aseguran oír ciertos sonidos extraños provenientes de este apartamento y en las madrugadas especialmente, se escuchan lamentos y quejidos escalofriantes de un hombre.
La niña en el balcón? Efectivamente era una muchachita malcriada que hacía lo que se le daba la gana. Sus padres junto con ella se mudaron semanas después del infortunado deceso del hombre de mantenimiento.